No tienes que ser experto en cada tema que aprendes. No tienes que ser el mejor en cada deporte. No tienes que ser médico, alfarero, pintor, historiador y chef de alta gama. No tienes que destacar, hacer la pregunta que deje a todos con la boca abierta o ser el sabelotodo. No tienes que serlo, pero si lo eres, bien por ti. Si a veces lo eres, también bien por ti. Y si no lo eres, tampoco pasa nada.
No soy un defensor de la especialización extrema. No creo que los humanos estemos aquí para dedicarnos exclusivamente a una sola cosa.
Lo que sí puedes hacer es disfrutar de aprender. Disfrutar de explorar nuevos temas. Ser boxeador un día y corredor de autos al siguiente, solo por el placer de intentarlo. Leer sobre química hoy y mañana un libro de Bolaño. Disfrutar ambos, sin sentir la presión de ser un experto en nada. Lo importante es probar, internalizar y ser honesto contigo mismo. Ser tu mejor versión, en lo que a ti te hace sentido.
No soy un defensor de la especialización extrema. No creo que los humanos estemos aquí para dedicarnos exclusivamente a una sola cosa. En algunos casos esto es evidente: si eres contador, probablemente los fines de semana haces algo distinto, como montar bicicleta o jugar fútbol. Pero en otros casos no es tan claro.
¿Por qué un contador no podría maravillarse con el marketing digital? ¿Por qué un arquitecto no podría inspirarse en la historia de Mesopotamia? ¿Por qué un chef no podría obsesionarse con la comedia? Tal vez el contador termine creando un negocio en redes sociales. Quizás el arquitecto diseñe su próximo edificio inspirado en los jardines colgantes. Y quién sabe si el chef abre una noche de stand-up en su restaurante y gana más clientes.
Porque no eres solo una cosa, pero tampoco lo eres todo. Eres tú, y mereces dejarte inundar por el mundo para descubrir qué resuena contigo. Y luego, aprender a conectar los puntos.
