Agradecer todos los días

Se ha vuelto un hábito. Y será un hábito por mucho tiempo.

Empieza como algo forzado, casi incómodo. Algo trillado, mainstream, incluso rechazado porque suena como otra moda de bienestar que todos predican. Pero, con el tiempo, se convierte en algo diferente. Una práctica íntima, agradable, esencial.

Algo cambia. Te das cuenta de lo afortunado que eres. Lo que antes dabas por sentado ahora es digno de agradecer.

Al principio, agradecer es difícil. Te limitas a lo obvio, a lo genérico: la familia, los amigos, ese aumento de sueldo, el chocolate que alguien te regaló. Agradeces por lo evidente, lo haces porque así se supone que se empieza.

Con los días, la rutina cansa. Agradeces por las mismas cosas, casi como rezar en automático. Sin pensarlo mucho, sin conectar. Pero sigues, aunque sea por inercia. Te olvidas de agradecer unos días y en ese momento o bien se crea el hábito o bien te olvidas que algún día quisiste empezar.

Ahora, ¿por qué agradezco?

Hoy me levanté y el cielo estuvo hermoso.

Hice ejercicio; gracias por eso.

No sé si está sea la última vez que vea a mi abuela, gracias por verla una vez más.

Gracias por reírme a carcajadas, esta vez y las otras. De estos momentos me acordaré toda la vida.

Algo cambia. Te das cuenta de lo afortunado que eres. Lo que antes dabas por sentado ahora es digno de agradecer. Ahora, cuando agradeces por las mismas personas del inicio, te lo crees de verdad. Siempre estuvieron ahí pero es primera vez que las ves.

Las cosas comunes empiezan a convertirse en bendiciones.

Por el plato de arroz. Por mis brazos y piernas. Por la lluvia y las plantas.

Agradeciendo, te das cuenta de que ya eres afortunado. Que no necesitas esperar un ascenso, un título o un departamento nuevo para sentirte pleno. Tienes lo necesario para ser feliz, aquí y ahora.

Hoy agradeces de verdad.

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