El día que no quieres levantarte

Estás en la cama, apenas abriendo el ojo izquierdo. Ya es de día y acabas de apagar la segunda alarma. Hace 20 minutos que tus pies debieron tocar el suelo, pero sigues acostado, debatiéndote entre levantarte o quedarte cinco minutos más. Para muchos, todas las mañanas empiezan así. Para otros, este escenario es totalmente desconocido (me gustaría pensar que son muchos los que piensan así, pero me atrevo a decir que son la minoría). Para algunos, entre los que me incluyo esta mañana, es algo raro, pero que deja huella.

Tu objetivo no es dormir todo el día. Tu objetivo no es la pereza ni la comodidad. Sin saberlo, tu objetivo implica que estés despierto y activo.

Quizás algo no anda bien. Tal vez ese proyecto en el que trabajas no está saliendo como esperabas, tuviste una discusión con alguien especial, pasaste una mala noche o simplemente no sabes qué te pasa justo en el momento en que suena el molesto despertador. Cualquiera que sea la razón, en esta mañana gris tienes dos opciones: seguir tu rutina, guiarte por la voluntad y la disciplina, o ceder al desgano, la comodidad y el sueño. En el instante en que decides, probablemente no piensas en esto; recién estás despertando, y realmente no reflexionas mucho.

Sabemos cuál es la respuesta obvia, la respuesta complaciente y la respuesta circunstancial. La respuesta circunstancial es que a veces un mal día está bien, es normal. La respuesta complaciente es «si te sientes mal, quédate en la cama, no pasa nada». La respuesta obvia es no dejarse llevar por el capricho del momento y actuar en función de tus principios y objetivos.

Tu objetivo no es dormir todo el día. Tu objetivo no es la pereza ni la comodidad. Sin saberlo, tu objetivo implica que estés despierto y activo. Sea lunes, viernes o domingo, tus metas pueden ser físicas, mentales o económicas, pero todas requieren que actúes. Así que si despiertas, te pones los pantalones (literal y figurativamente) y comienzas a moverte, estarás más cerca de tus objetivos que quedándote en la cama. La primera recomendación, entonces, es recordar tus objetivos.

La segunda es práctica: intenta anclar la sensación de levantarte a algo positivo o rutinario. Me levanto y tomo café. Me levanto y pongo música. Me levanto y me doy una ducha. Me levanto y llamo a alguien importante para mí. Así, tu cerebro creará una rutina y se automatizará para levantarte. Porque realmente, lo que estás haciendo no es el acto de sufrimiento de levantarte, sino el acto gratificante de tomar un buen café, escuchar tu música favorita o hablar con alguien querido. Forma estos atajos y puede que te resulte más fácil.

Y, por último, algo simple pero poderoso: recuerda que la comodidad de quedarte en la cama ahora es una decisión que trae consecuencias. Al no levantarte, estás eligiendo placer a corto plazo sobre el dolor de evadir responsabilidades y objetivos. ¿Vale realmente la pena el placer de unos minutos más en la cama si eso significa alejarte de tus metas?

Ni cinco minutos.

 

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